El otro yo de Raymond Carver
Publicado por Emilia , miércoles, 21 de julio de 2010 9:40
Una nota muy interesante que salió en ADN el 3 de julio de este año, con referencias concretas al cuento que trabajamos en clase, ¿Por qué no bailan?
Literatura / Un clásico original
El otro yo de Raymond Carver
Desde que se publicaron las versiones no editadas de los relatos del autor estadounidense, algunos dicen que su celebrado estilo obedece a las podas de su editor, Gordon Lish. ¿Por qué no dar a cada uno lo suyo?
Noticias de ADN Cultura: anterior | siguiente
Sábado 3 de julio de 2010
Por Luis Gruss
Para LA NACION - Buenos Aires, 2010
Todo empezó un día impreciso de los años setenta. Raymond Carver (1939-1988) estaba de visita en una casa en Missoula, Estados Unidos, bebiendo junto con tres o cuatro amigos escritores. Uno de ellos contó algo acerca de una camarera llamada Linda que una noche se había emborrachado con su novio y decidió sacar al patio todos los muebles del dormitorio. Como si estuviera sonámbula, no se olvidó de la alfombra, de la cama, de la mesa de luz. Uno de los autores presentes en la reunión, casi tan ebrio como la joven del relato, preguntó a medio camino entre el desafío y la broma quién de los presentes escribiría esa historia de almas desesperadas. Carver no dijo nada pero fue él quien lo hizo, cinco años más tarde, cambiando algunas circunstancias y agregando otras. "Por qué no bailan" fue, además, el primer texto que el escritor compuso cuando dejó de beber.
La versión original y sin editar puede leerse ahora en un libro recientemente distribuido en las librerías de Buenos Aires bajo el título de Principiantes (Anagrama). Quien saca los muebles afuera en la ficción no es una camarera sino un hombre solitario y de mediana edad. Por el lugar pasa una joven pareja que frena ante el raro espectáculo porque supone que se trata de una subasta o algo parecido. Los dos bajan del auto y quieren llevarse todo a un precio más bajo que el ofrecido por el hombre. Éste acepta el regateo, echa whisky en tres copas, pone un disco y propone a los chicos que se pongan a bailar. Ellos aceptan y ensayan algunos pasos hasta que el muchacho cae rendido en un sillón. Ella termina bailando y abrazada al extraño (la escena encierra una larvada tensión erótica) y el cuento finaliza en unas pocas líneas más. Antes la joven le dice al hombre: "¿Debés estar desesperado o algo así, no?".
La segunda parte de la historia es más reciente. Un día de agosto de 1998 Alessandro Baricco (el autor de Seda ) leyó al pasar una nota aparecida en The New York Times donde se decía que los memorables finales de Carver se debían a la tijera de Gordon Lish, el todopoderoso editor de Carver (ver www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=213573 ). Baricco fue a Bloomington a visitar una biblioteca a la cual Lish había vendido todas las cartas y textos a máquina de su criatura. Leyó a fondo, comparó, anotó y finalmente comprobó que el editor había eliminado casi el cincuenta por ciento de los originales carverianos y cambiado el final de por lo menos diez de trece cuentos, incluyendo en la lista el mencionado "Por qué no bailan", pero también "Diles a las mujeres que nos vamos" y "Una cosa más", todos compilados en De qué hablamos cuando hablamos de amor .
A partir de la investigación de Baricco salieron los cuervos a graznar. Unos cuantos geniecillos literarios la emprendieron contra Carver. Ahora resultaba que quien llegó a ser considerado el Chéjov estadounidense era un impostor. Los policías de las pequeñas distracciones se esmeraron en encontrarle al autor de Tres rosas amarillas nuevos y cada vez más sucios engaños. El deslenguado Stephen King llegó a decir que Carver nunca había trabajado, que fue mantenido por su primera esposa (Maryann Burk), cuya vida posterior al divorcio se convirtió, según King, en "una bolsa de picaportes que no sirven para abrir ninguna puerta". Dijo también que Maryann (quien ya no vive para desmentirlo) acusó a Carver de haberse vuelto "una puta vendida al sistema" por aceptar que sus cuentos se publicaran con cambios de factura ajena. Tampoco se salvó de los ataques Tess Gallagher, la escritora que acompañó a Carver durante sus últimos diez años de vida, en los cuales dejó de beber y escribió Catedral , acaso su mejor libro de cuentos. Como ocurrió con otras viudas célebres, Tess acabó incriminada por "medrar" con la gloria y la herencia obtenidas gracias a quien fue su talentoso y, supuestamente, vampirizado marido.
Aprendizaje
Consultada hace poco por el affaire Lish, la viuda de Carver habló poco y bien. Dijo que Ray (efectivamente) no se reconocía en los cuentos alterados por el editor pero que no estaba dispuesto a confrontar. A la vez recordó que en un breve texto publicado en la Argentina por la editorial Norma ( La vida de mi padre. Cinco ensayos y una meditación ), Carver mencionó a John Gardner y al mismísimo Lish como sus únicos y excluyentes maestros. Llama la atención que ahora Carver y Lish sean presentados como enemigos acérrimos. Los que deseen profundizar en la cuestión pueden leer el reportaje que le hizo Mona Simpson al escritor sobre cómo fue la vida del "mantenido" Carver durante la convivencia con su primera mujer. "Trabajaba durante toda la noche e iba a clase de día -cuenta allí-. Ella trataba de criar a los chicos y atender la casa. Nuestros hijos eran cuidados por una babysitter . Finalmente me gradué en el Chico State College y, en Iowa, obtuve una beca de quinientos dólares [...]. Yo trabajaba en la biblioteca cobrando tres dólares la hora y mi esposa era camarera. Luego, en Sacramento, encontré un empleo como cuidador nocturno en el Hospital de Caridad. Todo anduvo bien por un tiempo. Después, en vez de volver a casa cuando salía del trabajo, empecé a beber. Todo eso ocurrió a partir de 1968."
Los fieles seguidores de Carver tendrán que rendirse a la evidencia. Casi todo resulta mejor luego de las intervenciones de Lish en los relatos. Quien se tome el trabajo de hacer una lectura comparada de, por ejemplo, las dos versiones del relato "Una cosa más" llegará a la conclusión de que los tijeretazos del editor brindan una luz especial a los textos. El relato mencionado cuenta la historia de un alcohólico que es expulsado de la casa por su esposa y su hija, Maxine y Bea, respectivamente. Antes de eso hay una discusión que se despliega en la trama del cuento. Pero lo más interesante ocurre al final. En la versión de Lish, el padre y marido humillado no quiere irse del hogar sin decir algo que redondee su largo discurso expiatorio. Se lee entonces lo que sigue: "Sólo quiero decir una cosa más -empezó. Pero le resultó imposible imaginar cuál podía ser esa cosa". En el original que ahora puede leerse en Principiantes , la narración de Carver se vuelve explícita y así pierde intensidad: "Sólo quiero decirte una cosa más, Maxine. Escúchame. Y no lo olvides -dijo-. Te amo. Te quiero pase lo que pase. Y también te quiero a ti, Bea. Las amo a las dos". La generosidad de espíritu obliga a aceptar a Lish como un otro yo de Carver que le permitió al autor alcanzar la perfección o, también, la "especificación fuerte" como él mismo denominaba a la buena literatura. Por paradójico que resulte, las tachaduras permiten descubrir a un Carver esencial. Si la obra del autor se enriqueció gracias a Lish (si Carver es más Carver por eso), eso no disminuye la valía de su producción literaria. ¿Hace falta aclarar que nadie puede sacarle espinas a una rosa invisible? Carver es el jardín de instantes memorables, con flores cortadas incluidas. Gordon Lish ha sido un buen jardinero y como tal debería ser considerado. Por algo existen en las editoriales los cargos de editor y traductor. Mucho depende de ellos el resultado final de un texto que nunca es absolutamente propio. No hay escritor, por más grande que sea, cuya obra no haya sido editada, corregida u observada. Lo admitió entre otros Gabriel García Márquez, al revelar que todos sus textos pasan primero por la mirada atenta de su amigo Álvaro Mutis, poeta y narrador colombiano. Un buen narrador (además) es editor de sí mismo. Carver llegó a escribir y reescribir treinta versiones de un mismo poema o cuento antes de su publicación. Todo buen autor (todo hombre, en realidad) hace de su vida un ejercicio constante de reescritura estética, histórica y moral.
La figura luminosa de Raymond Carver sigue reinando. Sus lectores incondicionales tienen ahora dos nuevas razones para ahondar en su obra. La primera es el libro titulado Sin heroísmos, por favor (Bartleby Editores, con prólogo de Tess Gallagher), que reúne poemas, ensayos y otros escritos aparecidos en revistas y diarios. El título alude a una carta de Chéjov donde el autor ruso postula que para escribir bien no hace falta viajar al ártico y caer de un iceberg. "Mis personajes no son héroes -advertía-. Comen sopa de repollo, se pelean con la mujer y luego van a dormir." Carver afirmó que al leer eso empezó a ver las cosas de otro modo.
El más reciente regalo para los amantes de la inigualable voz carveriana es la publicación de Todos nosotros , una antología bilingüe de su obra poética. En esos textos vibrantes se revela quizás el Carver más auténtico, un hombre que siguió haciendo poesía pese a la dolencia terminal que puso plazo fijo a su existencia. El carácter autobiográfico de la mayoría de los poemas narrativos no debe confundir. La "sinceridad" que emana de ellos encubre el depurado oficio de un escritor convencido de que la poesía no debe significar sino ser. "Ray lograba que lo extraordinario pareciera habitual -resume Gallagher en el prólogo-. También sabía algo esencial: el poema no es simplemente un recipiente para los sentimientos que deseamos expresar. Es un lugar para ensancharse y ser agradecido, para hacer lugar a los acontecimientos y a las personas que llevamos en el corazón. Se propuso apenas decir eso y, claro, así lo hizo."
© LA NACION
Publicar un comentario